Se cumple ahora un año desde el día en el que Nawall apareció rondando una zona de invernaderos de la almeriense localidad de Berja. Un perro abandonado muy flaco, al que un trabajador de la zona pudo ver medio degollado a causa de la cadena que llevaba atada al cuello. Tras varios días de intentar aproximarse a él para ayudarlo sin lograrlo, pidió ayuda a un grupo de rescate de Níjar. Tras establecer un punto fijo de alimentación, y con la ayuda de una jaula trampa, consiguieron rescatarlo. Al poder observarlo de cerca, comprobaron que tenía una cadena incrustada en el cuello que lo había ido degollando poco a poco. Al comprender la gravedad de su estado, contactaron con El Refugio solicitando ayuda para él. Lo acogimos de inmediato y nuestro equipo veterinario comenzó a trabajar para sacarlo adelante.
Casos como el de Nawall son desgraciadamente frecuentes. Al parecer, muchos habitantes de zonas rurales poseen naves o cabañas ubicadas a las afueras de los pueblos que habitan, en las que suelen guardar útiles y herramientas de labranza, fertilizantes, piensos para el ganado, vehículos, etc. Suele ser costumbre comprar un cachorro de perro, o que algún conocido les dé un cachorro de una camada que haya tenido su perra. Desde pequeño, le ponen una cadena al cuello y lo dejan atado en el interior de la caseta con la intención de disuadir a posibles ladrones. Ese perro pasará el resto de su vida atado y solo en aquel lugar, la mayoría de las veces oscuro, sufriendo altas temperaturas en verano, y frío tenaz y humedades en invierno. Realmente se trata de una “cadena perpetua” en un módulo de aislamiento. En muchos casos, el dueño pasa por allí de vez en cuando para echarle agua en un bidón partido, y dejarle alguna barra de pan duro y un montoncillo de despojos crudos de pollo, que les suelen regalar los carniceros del pueblo cuando compran carne para su familia. Para muchos de estos pequeños, es su único alimento. El perrillo va creciendo según pasan las semanas, pero la cadena que lleva alrededor de su cuello, no. Tal es el grado de desinterés de la persona que tuvo a Nawall, que ni si quiera lo miraba o tocaba para poder haberse dado cuenta de que aquella cadena lo estaba comenzando a estrangular. El diámetro del cuello continuó aumentando hasta un punto en el que la cadena abrió la carne del cuello. En ocasiones como ésta, parte de la carne rodeaba la cadena cicatrizando sobre ella, mientras la otra mitad de su cuello colgaba putrefacta.
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